Friday, June 27, 2008

El olvido

Despertó con una sensación de ruptura, en una de esas mañanas en que uno quiere olvidar todo, apretando los labios, oprimido por la memoria de un instante áspero e imposible de arrancar; sólo que esta vez, de pronto, se creyó afortunado porque pudo olvidar absolutamente todo: Olvidó el pasado, sus sonidos y sabores… un tiempo derritiéndose en aguas mudas y sus consecuencias. Con breve alivio, olvidó el dolor del día anterior y hasta las huellas de una pena que le trituraba las tardes y las lecturas. En fin; olvidó los contornos de una tristeza que de súbito dejó de serlo, pero también olvidó lo que entendía por olvido para comenzar una rara existencia en blanco, inaugurada de golpe, sin previo aviso, sin el aparente horror de la ignorancia y el desamparo.

Lo que todos los demás llaman olvido, en cinco segundos se convirtió en infinita sorpresa matutina. Era nuevo el aire, la furia del sol y los aleteos del otoño. Entonces, se atrevió, navegó por una mañana de fragmentos y ruidos, donde desfilaban objetos que no permanecían en su mente. Miró gestos sin dueños, y tímidamente saludó a quienes ya no eran nada en su nuevo mundo. No se dio cuenta, pero en ese prosaico nacimiento, se quedó completamente solo… se vació de las fiestas, de las risas y los vínculos fundamentales que sostenían su narrativa personal. Era como una historia horadada por un capricho hasta vaciarse, la derrota de la inmensidad de los años ante la idea pura y vulgar de borrar todo de un solo golpe…

Pues bien, olvidó la acera, las plazas, los llamados diarios. Ya no conocía señales ni movimientos circundantes. Bajo el asalto de un asfixiante temor sintióse ignorante y ajeno a los colores, a los gestos, al espacio meciéndose en una demente espiral. Aspiró un rumor de espanto y novedades intolerables… Se negó a sí mismo la verdad del tumulto, de los edificios, de los papeles regados, de la horrenda travesía a lo largo de eso, de eso que veía, pero que no descifraba… la cuidad de antes, previa al olvido, junto a un recuerdo extinto. De pronto, se tocó con las manos trémulas para saberse nadie, para no recordarse ni en la totalidad del tacto. Y en ese olvido de sí mismo, no detuvo sus pasos ante el destello rojo que le negaba dar otro más. Apenas avanzó dos metros y miró un suelo negro con franjas amarillas. Un alarido plástico levantó su mirada hacia un cuerpo desconocido bañado en reflejos acercándose con una furia no conocida. Ignorando el castigo de la física, voló y cayó más mortal que nunca. Escuchó el quebranto de sus piernas, de sus brazos. Sintió que sus líquidos abandonaban su carne, y vio la espesa mancha de su propio ser rodando sobre el asfalto. La agonía le fracturó la respiración y los segundos.

Cerró los ojos. Con un dolor inmenso aspiró el rencor de la muerte murmurando una despedida. La negrura creciente constató el resultado: Al olvidar, borró la irrepetible fórmula del olvido con uno claro y definitivo.