Sunday, January 6, 2013

La Ciudad

Me gustaba merodear esa ciudad bajo pretextos más puntuales que insuficientes, especialmente cuando ya no me bastaba la penumbra del dormitorio para disuadir a los problemas habituales que acechan la soledad cotidiana de un cuaderno. Me gustaba salir y verla así, hundida en esas suavidades de piano que se enredan entre columnas y ventanas; profeirle preguntas angulares con los ojos y después cerrarlos para capturar la experiencia bajo los párpados. Me agradaba ser testigo de sus dramas vespertinos, sus llantos en forma de lluvia y, en ocasiones, de sus ceremonias lineales que parecían no terminar nunca. A veces, se me ocurría caminar, reducido entre sombras de humo, y no parar hasta verla de espaldas, y en una de sus negligencias sentir que me volvía invisible detrás de los clubes, de las tiendas, junto a la complicidad del concreto. Cierto día debí convencerme que aun la observación más insensata tiene sus límites y que cualquier caminata es una lucha contra reloj, pero sobre todo, contra el odio de perderla para siempre. De cualquier manera, creo que esa ciudad, cansada de mi propósito, lavó mis pasos hace mucho tiempo y ahora seduce a otros con la misma novedad de antes, de siempre.