Me gustaba merodear esa ciudad bajo pretextos
más puntuales que insuficientes, especialmente cuando ya no me bastaba
la penumbra del dormitorio para disuadir a los problemas habituales que
acechan la soledad cotidiana de un cuaderno. Me gustaba
salir y verla así, hundida en esas suavidades de piano que se enredan
entre columnas y ventanas; profeirle preguntas angulares con los ojos y
después cerrarlos para capturar la experiencia bajo los párpados. Me
agradaba ser testigo de sus dramas vespertinos, sus llantos en forma de
lluvia y, en ocasiones, de sus ceremonias lineales que parecían no
terminar nunca. A veces, se me ocurría caminar, reducido entre sombras
de humo, y no parar hasta verla de espaldas, y en una de sus
negligencias sentir que me volvía invisible detrás de los clubes, de las
tiendas, junto a la complicidad del concreto. Cierto día debí
convencerme que aun la observación más insensata tiene sus límites y que
cualquier caminata es una lucha contra reloj, pero sobre todo, contra
el odio de perderla para siempre. De cualquier manera, creo que esa
ciudad, cansada de mi propósito, lavó mis pasos hace mucho tiempo y
ahora seduce a otros con la misma novedad de antes, de siempre.
Sunday, January 6, 2013
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