Friday, November 6, 2009

Hambre


Quiso correr por ese plantío donde las huellas del odio y la cafeína convergen en la eterna disputa por el horizonte. Miró la maldita urbe tragarse los perros callejeros en el instante previo de su propia muerte cargada de monotonía y caucho rechinante. Respiró la incandescencia de todos sus monstruos, con sus suspiros roncos de seis cilindros, aguardando por la timidez del reloj en plena celebración de su mecánica inútil. Miró su ropa y constató cómo se le cayó el nombre con todo y alma, como divulgaciones de un mundo criminal sin treguas ni descuentos por la venganza. Se vio arrastrando sus ojos como arenas desérticas sobre las aceras sin dominio, bajo la habitual parálisis del sol humeante. Se creyó cansado, mas se pensó ileso del océano de gargantas dialogando con teléfonos móviles. Eran ya las cinco y sus manos de escoba estaban más vacías que ese martirio taladrándole las entrañas. Nada ahí… nada acá tampoco… su sangre alcalina perdía la batalla de los golpes ardientes que el cuello atrapa, pero que nadie escucha en el tráfico de la nada. Sus pies de tierra hicieron de la tarde un indestructible acecho con el ritmo de los barrios violentos y la paciencia de las dunas sonrientes por otro muerto más bajo las mismas estocadas invisibles que da la negación. Llegó la noche y él se intuía preso aún de sus andanzas, de su cuerpo flaco, de sus pensamientos ciegos, pero sobre todo, de sus nítidos miedos, de ésos que se acuestan en la calle sin descansar de su hambre, a ratos dormida, pero nunca muerta.

Friday, July 31, 2009

Final


Murió a las puertas de una frase, quizás de un refrán repetido hasta el hartazgo. Murió sin la agonía de los que entablan conversaciones furtivas con una voz más allá de la tarde y los altares. Murió sin la condena de las sábanas rompiendo la voluntad y el tiempo en pedacitos. Decidió que moriría con una rapidez incomparable a la tortura de nacer, con una velocidad impensable para los que esperan. Llegó con sumo sigilo. Temblaron sus piernas al posarlo sobre la banca de aquel parque desierto como lápida. Tembló su mano bajo el sol inclinado al buscar en el interior de la bolsa de papel, pero en cambio, ya no le temblaba el pensamiento que se negaba a recrear la luz y la vulgaridad de una tarde desprendiéndose de sus contornos azulados. El acero pavonado se desnudó y brilló con la pureza de un piano portátil, pero sin notas que esparcir por un aire inmóvil y cómplice, un aire expectante. La Smith & Wesson se volvió un objeto hermoso, pero al mismo tiempo más pesado con la idea a cuestas de lo que continuaría. En un segundo parecía escurrírsele la gracia del metal de entre los cabellos hacia el lado derecho de su cara más muerta que viva. Palideció su carne y la sangre lo llenó de percusiones pesadas y violentas. En eso, la síncopa de un murmullo cercano pareció manipular el dedo índice para seguir su camino hacia la nada.
Los segundos se estiraron como mapas sobre los cerros. No quiso ver la hora, ya no pudo recordar sus motivos, pero sobre todo, no pudo coincidir con el mito que compacta la vida en un instante antes del suceso final. Mentiras, la muerte es una dicha de apagar interruptores irreversibles. La muerte es que todo se vaya a la chingada, es un tronido que acaba en silencio. Con un movimiento torpe de labios intentó articular algo llamado “noche”, pero ni eso alcanzaron sus oídos a percibir. Se accionó la trampa personal. Tan sólo le llegó la carga frontal del estruendo y se le perdió el eco de su propio epílogo, un sonido que desde afuera hubiera resoplado como la secuela de una nube en plena furia descargando luces… No fue como en películas, no sucedió como en la tele. A éste, se lo llevó la chingada sin créditos finales ni músicas melosas. Al final, sólo la luna llegó a recoger los pedazos de un simple derrotero que se acabó de golpe y por la gracia de un “ya basta”. Entonces llegó la noche, democrática e impasible, y lo lavó a golpe de lluvia, tal y como se lavan todas las historias para que Dios duerma su siesta sonriente y en paz.

Wednesday, July 29, 2009

Crimen


Al verla así, tan blanca y sedentaria como en sueños, pensé en matarla... Pensé en ahorrarle los llantos de una tarde cualquiera, separada del calor y del mar, con una pena más allá de sus manos de calendario, blandas y solemnes. Sus suaves hombros me pidieron a gritos interminables que los guardara en el pleno instante de un golpe monumental, o quizás de un aniquilamiento definitivo y protector, para no pensar en el mañana ni en calles que alguna noche no tendrán letreros ni perros deambulando en busca de retornos insatisfechos… Sus ojos reclamaron ansiosamente el destierro de los oscuros relojes plagados de mañanas sabatinas sin despertares, de sombras indeseables al pie de los párpados cansados de tanta reverencia al mundo… ¡Diablos! No pensé en otra cosa que robarle los latidos con la generosidad de un crimen absoluto y silencioso, y con ello, dejar de pensar en cosméticos, revistas de moda, almacenes donde no se compran sueños, o alguna dramática cirugía reconstructiva en contra de la insensatez de un futuro hambriento de piel presente.


Quise tenerla así, intocable y precisa como jardín privado sin horizontes, como flores en plena orfandad insospechada latiendo sin la espera por los meses malditos, de ésos que anuncian las magias infecundas de un trecho nocturno a la mitad del verano lejano. Pensé (lo juro) en apartarla de las adivinanzas, de julio, de los chismes comunes, las caminatas y los abecedarios… arrancarla de la historia y posar su nuca sobre el aleteo cósmico de un solo momento congelado, ajeno, ingenuamente intrépido. Soñé un instante con regalarle el olvido por todo: espejos, combustibles, básculas, recibos, correos abyectos y los deliciosos errores geométricos de su cintura incontrolable. Quise poseerla como lectura sin comas, como el descanso mudo de una sinalefa, detenerla como una sílaba en constante repetición, como un hojear de los días y sus nubes solas, a pesar de los odios y las asfixias que el mundo cree ilícitas… quise guardarla en un puñado de soles hechos uno para que no tropezara con los tantos objetos cotidianos de la tristeza y sus monstruos sonámbulos que incendian los olores íntimos de lo perenne en habitaciones vulgares.


Intenté protegerla de los días, de las lunas, del descuido y de los crepúsculos que, como vampiros, muerden su carne agnóstica hasta la saciedad deshecha en temblores diestros y terrenales. Pude hacerlo… supe que podía hacerlo, y aunque no reía, de alguna manera logré guardarle la sonrisa inmortal y serena en la urna de mis manos rígidas como versos antiguos. En fin, quise resguardarla de todo sin esperar nada, pero a la mitad de mi tarea, se arrepintió de la inmortalidad y velozmente corrió como quien quiere vivir en la congoja de esperar la vejez, día a día… Se fue, se fue a vivir y a morir bajo la tiranía del tiempo hecho de días y semanas que en este momento seguramente le mutilan la respiración sin misericordia, de lunes a domingo.

Monday, July 6, 2009

Acción en el pretérito


Hoy colgué frente a la tarde los fuegos que tenía guardados para otro día, para otro instante de himnos y letanías redondas como planetas. Reventé los colores con la simpleza de un rumor encerrado bajo miles, millones de candados soplando la muerte de un tiempo verbal, uno de tantos que desafían la aspereza de la soledad, y que sueñan con el asomo intrínseco de una mañana disfrazada de noche ondeando cobertores húmedos.

Recorrí las infames sustancias del vacío para redimir la aguda espera de una ausencia aferrada a acantilados lejanos e irreconocibles. Miré los muros de la distancia y me cegó la verdad de los kilómetros, me condenó la mentira de los océanos tiritando mareas de un rumor sanguíneo, como si en el vaivén de las horas buscara aquello que no se encuentra ni en sueños, como si en los sueños oscilaran las horas de lo que encuentro sin buscar. A veces es tan tarde para la muerte, a veces tan pronto para la ceniza, a ratos ni siquiera es tiempo infinitamente, con la sed exhausta de tus hombros pálidos exigiendo soles, jardines y sombras que vagan por horizontes líquidos.


Arrasé cuarteles silenciosos, indefensos, de esos que yacen calcinados por la impertinencia de mis raras ideas cortadas y oscuras como callejones a medianoche pariendo borrachos y gatos. En la pausa de un siglo intenté confiscar tumultos digitales, dar muerte a una masa binaria para averiguar que mi muerte no dura tanto, que es tan sólo un sueño de horas, pero al mismo tiempo una agonía eterna de saberme aquí, en medio de la remota caída de las palabras, en la oscuridad de la frase que se disgrega en soledades infernales.


Extrañé la hazaña de internarme en el crepúsculo de tus piernas y morderte los brazos que se ensañan como hogueras por la eficacia de mi afición de hambre y rabia. Recorrí el desierto y me creí oculto de los cielos grises, de las nubes en reposo inmenso tras la confesión frenética de la lluvia imitando tus ruidos íntimos, tus fantasmas de voces atropelladas y suavecitas, pidiéndome la derrota del olvido y la furia de mis embestidas con una cadencia cómplice y definitiva. Deseé tu febril naufragio en una inmensidad de sábanas como en páginas vacías presenciando la súbita transpiración de tus manos apretando tus ansiedades, tus gemidos sin rumbo en busca de mi piel visitante que se despide con temblores de asfalto manchado por agua y arena, por los dedos del viento manejando las espumas elevadas de otra noche que se acerca a punta de estruendos y luces sin alas, pero infalibles, dispuestas a cercenar la tiniebla.


¡Qué engañosa es esta negrura incesante! ¡Qué distantes son los mares y qué lejano el sueño de las olas navegando como tribus por un espacio de amargas antigüedades! No es ésta la primera noche, no es la luna inaugural del desvarío, pero se enciende el cielo como si naciera la mitad de mi vida, como si sanara parte de tu piel en mis manos plagadas de puños y escrituras… sí, mis manos que apagan fósforos para no denunciar veladoras rodeándote en el conjuro nocturno que nos esconde de la brevedad y el silencio. Fui a enfrentar enemigos dispersos por campos solemnemente trazados a lo largo del mundo. Me marché sin saludar extranjeros mudos que no saben de la carne ni del opulento instante abrazando todos los miedos en forma de cintura suave y cálida. Salí a descifrar las señales de una noche imparable que habla con voz de trenes rompiendo tempestades. Sin buscar, encontré respuestas sincopadas contando la historia de un destino opuesto, pero a la vez idéntico a la persuasiva calma de mis tardes a solas pensando en la noche que viene… y tú… ¿adónde fuiste?

Monday, June 22, 2009

Conjetura antes de la tormenta


Y yo que creí que la noche era el escenario de mis conjuros, donde me hablan naciones desiertas y lejanas, donde una luna ecuestre salta muros en forma de cordilleras coronadas por un invierno ya extinto. Creí profundamente que la noche y yo nos enredamos en el respiro de una isotopía fugaz, pero trascendente, que mis brazos cargan constelaciones infinitas y que la noche sostiene mis manos salpicando el agua de los ríos terrenales para no olvidar lo eterno en lo breve, para recordar lo efímero en lo infinito. Me sentí distante sabiéndome aquí en el amanecer de una pesadilla cualquiera.


Yo, que creí en las andanzas de un gesto perdurable en el tiempo y en los pasillos de algún epílogo llamado sueño que fabrica ecos y almohadas. Me empeñé en descifrar velocidades y sonrisas, para no ver de cerca los trenes transitando por la tangente de un instante que se escabulle mesiánicamente hacia la nada, para no reventar el silencio del tacto antes de la lluvia, antes del encierro. Quise creer que los relámpagos buscan vorazmente la quietud del lodo para hacerlo ruido y llevarlo a la agonía, que la paradoja de la vida y la muerte, de la muerte y la vida, se resuelve en el destello que rebana las nubes y los cerros, hermanándolos en una sola cicatriz nocturna.


Quise meterme en las prisiones solemnes de la frase, de la verdad y la sintaxis errática, pero el mundo tiene sus dolores bien escondidos en la rutina y en los ojos azules de sus fantasmas mudos, en jornadas de miedo y compras, y en saludos agresores incapaces de detener los relojes.

Ahora, sólo queda esperar la tormenta que dejará despojos cristalinos y calles sordas. Sólo queda aguardar por la muerte crística de otro día, como cuando se agotan las palabras simplemente porque ha llegado el silencio puntual y unívoco a saludar a la noche.

Thursday, May 28, 2009

Noche...

Te dije que la derrota de la tarde es el refugio donde pongo a descansar mis temores cotidianos, que la simple arquitectura de tus días es la sangre y frontera de mis brazos cansados a medianoche buscando el naufragio breve de tus ojos alcalinos... Te dije que no es fácil, es más, que es imposible revivirte en los recuerdos de un pasado lleno de solsticios borrosos, lejanos y agramáticos.
Te dije mil veces que tu sonrisa de arcoiris subversivo a ratos corrige la fatal desdicha de mi ventana expectante, que los ríos flotan con tu voz de cordillera y que tus hombros magnifican la delicia de los truenos amarrados a luces vagabundas en la ausencia del sabor y el sueño.
Te lo dije, pero tu faz de amaneceres inquietos no me escuchó, no hizo caso de los verbos, de las frases y las enmiendas que adhiero a los espejos de una noche abierta.
Te dije que mientras te cuento mis andanzas se cierran los puentes entre tiempos que ya no se acuerdan de cómo ser historias interminables o tan siquiera duraderas...
Te dije eso y todo lo que se me ocurrió en el instante del tacto lejano, cuando me arrebataste las sílabas con un leve sonido de calores escritos como sábanas. Te dije... te dije mil cosas, pero no pude hacerte creer nada. No pude decirte todo porque cortaste mis palabras con tus párpados de tijeras y el acero de tu desnudez filtrada.
Te lo dije, como pude te lo dije, pero bajaste la cabeza como descendiendo el alma hacia las sombras disfrazadas de supermercado. Te dije mi historia portátil y tan sólo recibí una fragante brisa de tus labios obligándome a no decir más: "Shhhhhhh..."