Se podría pensar
que las circunstancias son lo que se puede ver, pero las incesantes páginas de
esta historia rebasan la simple gesticulación de lo aparente: el aire
colgándose de la noche invernal, el agua bajando sigilosa por los tejados
brillantes, ese frío que esconde la neblina y el sonido común de la medianoche
saludando. La trampa inútil de un instante engaña al resto del mundo como lo
hace la dicción fingida de una estrofa que se ha brincado el escrutinio del
silencio y se niega a la relectura.
Sucede que, como
ruego, evocamos las formas de un mundo impostor, y la escritura de ese mundo es
una galería de sombras o tal vez fantasmas que cantan letanías ilegibles aun
para la memoria. Uno no está obligado a entender la torpeza de una imagen,
detrás de la cual se puede ocultar la lluvia, el frío y aun quizás la invención
de la congoja infinita. Pero hasta en la más grande severidad se aburre el
universo de sus ciclos y de la colaboración constante de los minutos. Conclusión:
La muerte es un sueño inconcluso, cuyo secreto no ha sido revelado.