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La
perfección es un espectáculo decembrino, a veces tan certero como una
advertencia. El suspiro de un ángulo impaciente hubiera roto esa
afirmación inequívoca que articula la coincidencia, pero por alguna
razón manchada por lo insólito no acudió la calamidad al llamado y (en
esta ocasión) la gracia estuvo del lado de un espectador a ras de suelo.
Por un momento sonrió, casi victorioso, porque no le
fue arrebatada la imagen precisa, porque en un segundo secuestró esa
escena donde se arremolinan las fuerzas invisibles y la espera de todo
instante hablando en voz baja como el azar. Lo que pudo parecer dominio
del asombro, tomó la forma del orden cuando la tarde ya sentía la
obligación de resbalarse cuesta abajo hacia el oeste. De cualquier modo,
la verticalidad fue ese gesto interino que, al mismo tiempo, quedó
sumergido en el tiempo para disfrazarse de algo parecido a la
posteridad… Así durmió aquel pequeño residuo de otoño, encogido y solo
en una grieta que, sin embargo, tampoco negará alojamiento a la humedad
boreal que ya tienen prevista las tardes de otro mes.