Wednesday, August 10, 2022

 

La arena tiene un raro parecido con los sueños, pero no se parece a ninguno de los míos. La arena nace, pero nunca descansa en el mismo lugar. En la arena se nos hunden los pies, pero no la tristeza.

Tuesday, August 9, 2022


En diecisiete años se dan muchos pasos- Me dije en voz baja. Me acerqué como una coincidencia solo para enterarme de cuánto nos dolió el tiempo de ausencia. En esa tierra recordé cómo la arena me ponía bajo el brazo inviernos más quietos, con más libertades y menos miedos. Hubiera preferido que el recuerdo no me golpeara la sangre así, tan fuerte, pero fue mi culpa por no repetirme (a mí mismo) sus episodios de aire. Debí razonar que no hay desprecio válido ante la eficacia del desierto, pero, sobre todo de sus lumbres que sospechan cualquier tristeza.

Uno busca sus recetas contra todo, hasta cuando se tiene todo. Uno se hace sus propios paseos, sus propios perfumes al atardecer para hacer de la luz un hogar echado encima del futuro. Nuevo México me devuelve la simplicidad, la aprieta contra mis manos y sordamente se rehúsa a escuchar mis quejas… es más, me calla la voz, me atrapa los ojos y los mete en objetos simples, donde no cabe la desdicha. Mientras tanto, yo me cuento historias, duermo en el calor y le niego el saludo a la nieve que insulto y que no quiero ver pronto. En resumen, este desierto es más paciente que yo.

 

Mis ojos de antes, más perdidos que atentos, te miraron con luto. Mis pasos me llevaron, pero, ¿qué podía yo hacer? Uno no puede falsear las tristezas ni activar el olvido así de fácil. Mis ojos de antes no sabían de las piedras ni de los vientos enroscados por los árboles. Mis ojos solo se morían durante un par de horas y el resto, ya lo sabes.

 

Ya por aquellos días, que solo le pertenecen al desierto, habíamos olvidado cómo se colocan los aromas que interrogan los pedacitos de nuestra soledad. Entre las ganas de no morirnos y el odio a los inviernos perdimos (quizás) esa curiosidad casi maligna de arrastrar los ojos sobre la arena y mover los labios para probar, entre murmullos, los fantasmas que amanecen con el humo. Nos dimos cuenta, en la prisa de un párpado sonriente de encuentros, que todo estaba allí, intacto y cansado de la misma tierra, que los nombres seguían sumidos en el alivio de no repetirse. Comprendimos, así, el porqué de las rodillas cuando nos descienden a lo elemental de un encuentro con el día que dejamos ir.
—No hables— dije. Mejor deja que me arrepienta… ¿De qué? Pues, del tiempo, del sueño y de esconderme en constelaciones que ya no soporto, que no son mías y ya no quiero.
Ya después, alcé los hombros y pateé una piedra sin razón alguna. Pensé en todo, en el engaño que me aguardaba, en la muchedumbre de quejas y, lo que es peor, en mi necedad de no entender. Por eso, volví a mirar la madera y pensé que otro año regresaría a esa rutina de resucitar los mismos olvidos y enterrarlos al siguiente instante.