Tuesday, August 9, 2022

 

Ya por aquellos días, que solo le pertenecen al desierto, habíamos olvidado cómo se colocan los aromas que interrogan los pedacitos de nuestra soledad. Entre las ganas de no morirnos y el odio a los inviernos perdimos (quizás) esa curiosidad casi maligna de arrastrar los ojos sobre la arena y mover los labios para probar, entre murmullos, los fantasmas que amanecen con el humo. Nos dimos cuenta, en la prisa de un párpado sonriente de encuentros, que todo estaba allí, intacto y cansado de la misma tierra, que los nombres seguían sumidos en el alivio de no repetirse. Comprendimos, así, el porqué de las rodillas cuando nos descienden a lo elemental de un encuentro con el día que dejamos ir.
—No hables— dije. Mejor deja que me arrepienta… ¿De qué? Pues, del tiempo, del sueño y de esconderme en constelaciones que ya no soporto, que no son mías y ya no quiero.
Ya después, alcé los hombros y pateé una piedra sin razón alguna. Pensé en todo, en el engaño que me aguardaba, en la muchedumbre de quejas y, lo que es peor, en mi necedad de no entender. Por eso, volví a mirar la madera y pensé que otro año regresaría a esa rutina de resucitar los mismos olvidos y enterrarlos al siguiente instante.

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