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…
Y apareció así, sutil y melancólico. Por un momento el azul fue una
animación natural de su propia advertencia; algo así como la tolerancia
hacia un brillo discreto, pero siempre entendiendo que en su propio
prólogo ya no hay espacio para más adjetivos, ni necesidad del
comentario final. El paisaje, tan breve como infinito, tomó la forma de
un espíritu ahogado en aquellos años, cuando la escritura
pendía de la agitación secreta (a veces convulsa) de un intento a
prueba de oscuridades. Mientras tanto, yo, como pude llegué, casi
evasivo, a ratificar la incomprensión, o más bien, a derramar la sangre
de un mito que ya no se repite y, peor aún, se le ha olvidado hasta al
insomnio de incontables explicaciones. Llegué y borré con cautela mis
huellas de ese mapa incoloro.