Imagina que
allí, en medio de una llanura pintada por el temblor de sus hojitas, tu permiso
para ser y estar es un paréntesis, una rara concordancia entre una conversación
interior y la tarde inclinada, en marcha. Imagina y mírate, así, presenciando
el mes los vientos y las lunas (esas que se esconden), rodeado del escándalo que
se insinúa con la humedad y una frase recortada. Imagina… sí, y apréndete el
extravío de no ser indiferente ante calles sin fondo, esas que huelen al agua
que no te toca los pies. Imagina, pues, que ocurriera lo absurdo, cuando algo
parecido a lo absurdo ya sucede sin advertencia ni preguntas. Imagina y muerde
la última luz con los párpados de tanto observar, recordar, extrañar.
Constante. Entiende lo imposible que es ceder ante la insistencia de momentos
que corren detrás de otros, amarrados al afecto, con el interés de amontonarte
risas entre las manos, por si las necesitaras un día de espantos. Imagina el instinto
de recargar palabras cansadas hasta de un saludo necio. Imagina (aunque no
puedas) ese aire que no ves, aburrido y meciéndose cien, doscientos, quinientos
sábados sobre la misma tierra blanda; mientras tú, pensando en esa oscilación
adivinas el precio de un olvido, cada vez menos distante y buscando cuantas salidas
existan para no ahogarse en el solemne acto de imaginar.
Saturday, October 27, 2018
Subscribe to:
Posts (Atom)