Al día siguiente, una vez que pasó la
tormenta, los pájaros no comprendían (o parecían no comprender)
absolutamente nada. Ignoraban acaso la causa de ese gran delirio, la
fuente de ese deseo inevitable de aletear con furia hasta entenderse con
el caos. No entendían por qué la tierra y sus segundos eran tan
severamente inconsistentes con todo, excepto con la agonía gris que se
estacionó en las ramas quietas. No aprendieron -o no quisieron aprender-
que la tarde no sólo es congénita del tiempo, sino asimismo antípoda de
una sombra que duerme lejos, más allá del poder de una curvatura
afiliada a la distancia.
Al final, aturdida e inexpicable, justo
antes de replegar su ejército de alas, la bandada prefirió conjurar
vuelos memorables y, así, blindar con golpeteos el aire cada vez más
frío, cada vez más pesado, con olor a invierno. En desdichada espiral,
pudieron imitar la combustión compleja que se disfraza con palidez de
las nubes vespertinas. Sus alas fueron relojes de negras manecillas
percutiendo los números y el diálogo entre leyes mudas que nadie
comprende.
Su gran tragedia (o fortuna) fue que no supieron cómo las
palabras, una vez extenuadas de tanto articularse a deshoras, se
hicieron mitos para que, después, esos mismos mitos se parecieran a las
palabras, pero lejanas al fracaso que late como significado perdido. Yo,
protegido en la calidez, desde mi ventana, sólo pude echar a andar mis
propias contradicciones, quizás más parecidas a la indiferencia, y que
se mezclaron con un olor a libro viejo, en cuyas páginas maltratadas se
relataba -sin imágenes- la súbita intrusión de un montón de pájaros que
manchaba el cielo una tarde cualquiera de noviembre.
Tuesday, December 3, 2013
Saturday, October 19, 2013
Corn
Dijo don Miguel Ángel. "La tierra cae soñando
de las estrellas, pero despierta en las que fueron montañas...". Lo malo
es que aquí no hubo montañas donde caer, ni modo de escaparse del sueño
que abraza las planicies envejecidas por tantos vientos
grises bajando desde el norte. Si se cae la claridad aquí, pues no es
culpa de nadie; pero el invierno llegará a exigir un recuento de hojas e
insectos y para entonces, la sombra ya nos habrá hecho un andamio de
excusas para responder lo que sea.
Octubre
Hasta donde se lo
permitió la certeza, habitó algo así como un recuerdo y que, a la vez, era casi
una alegría. Y en ese espacio, todas las tardes, entre la veracidad de una luna
ausente y un hilo infinito de callejuelas, le dio por regresar a las seis para
encontrar detrás de su puerta los dominios de una alfombra durmiendo profunda y
sola, sin religión, sin aire. Sucede –pensó-, que ya no es suficiente pensar,
que no basta con caminar por una acera tapizada de sílabas y ayeres para llegar
a una ventana, mientras que un mundo se pierde lentamente, pedazo a pedazo,
hasta que se le acaben los fantasmas simples de la lluvia.
Hubo momentos en
los que no recordó ni su existencia, cuyo abrazo siempre olía a la asfixia que
provoca el viento que suele arder irremediablemente al oeste. Después fue peor;
olvidó la hora, sus minutos y sólo supo que quedaron frente a sus ojos
–danzantes y serenos- los sauces rumbo al lago compartiendo su sangre
silenciosa y sus manos sin odio. Más tarde afirmó. –Curioso, juraría haber estado aquí antes, en otro tiempo, como cuando
mis ojos se encaminan a pisar la hojarasca de octubre, aunque no sea octubre ni
los pájaros callen-. Finalmente, quedó al filo de sus propias conclusiones
y una llamada telefónica le trajo algo más que los versos de un sábado sin
estrellas. Le dio, en cambio, una casa, sus rumores matutinos de café con voces
radiofónicas y una razón para desconocer las cosas. Todo para nunca abandonar
la perplejidad ante todo lo que atrapan los párpados muchísimos años antes de
morir.
Friday, June 28, 2013
La muerte y el humo
Lo que no se
suele decir sobre la muerte es que a diario arranca a toda marcha desde el
oeste, usualmente sin los clásicos avisos de la sed a la orilla del camino. De
modo vertiginoso, arranca de su sitio todo lo que encuentra: desiertos, armarios,
cerros y caminatas… aguas dormidas, trozos de cielo que le quedan a la luz y,
justo antes del sueño y de que millones de ojos intenten arrinconar toda la
angustia detrás de las sombras, esta muerte, angustiada y silenciosa, le da un
golpe letal y un tanto irritante a esos sonidos que ya no encuentran el mar ni
en sueños. Personalmente, creo que a uno no le queda otra salida que vencer el
temblor, sacar las manos y rodear las cosas de relatos para que no mueran con
el día, para que no vean ni sientan el fracaso de la sangre en cada parpadeo
del polvo -de por sí ya cansado-. Aquello que nació con las horas espera,
espera hasta que una larga mueca de los huesos se duerme en el extremo donde se
tropieza el ocaso. La tarde es así, como el sacrificio. Es así porque es el
último palmo de un deseo prolongado por un crimen imperfecto que no tiene
origen y que, como el humo, no se apaga, sino que se convierte tan sólo en una ceguera
del habla o, bien, en el sentido escondido de lo que uno quiere que permanezca
perdido. Uno inventa sus propias puertas para cerrarlas con la rara esperanza
de que aparezca un par de golpecillos al día siguiente y así creer que en este
juego de nombrar la propia muerte hay un propósito constante.
Tuesday, May 28, 2013
Taraxacum
Hace una semana las
vi, por encima de su rutina asfixiada de polen, como si estuvieran riendo de
saber que morirían recién nacidas. Se les metió esa loca idea de salir por los senderos.
Su desfile era parte de ese gesto desafiante de no creer ni en el verano ni en
los desenfrenados vientos que le arrancan el sol al Midwest por la tarde. Vivieron,
se quedaron por un breve lapso y, finalmente, quién sabe que les pasó. Posiblemente,
se repartieron una llovizna como si fueran un hotel de calamidades y rezaron su
rosario de secuestros, uno por uno. Ahora, ya no les quedan ni los amaneceres.
Solamente se dedicaron a apretar las semillas hasta que fue imposible y, como
en cada ciclo, explotaron como el llanto cuando llega el cansancio. Así, echaron
un rumor sobre la luna llena; nomás por el puro placer de mirarse al espejo de
frente y perfil.
Sunday, January 6, 2013
La Ciudad
Me gustaba merodear esa ciudad bajo pretextos
más puntuales que insuficientes, especialmente cuando ya no me bastaba
la penumbra del dormitorio para disuadir a los problemas habituales que
acechan la soledad cotidiana de un cuaderno. Me gustaba
salir y verla así, hundida en esas suavidades de piano que se enredan
entre columnas y ventanas; profeirle preguntas angulares con los ojos y
después cerrarlos para capturar la experiencia bajo los párpados. Me
agradaba ser testigo de sus dramas vespertinos, sus llantos en forma de
lluvia y, en ocasiones, de sus ceremonias lineales que parecían no
terminar nunca. A veces, se me ocurría caminar, reducido entre sombras
de humo, y no parar hasta verla de espaldas, y en una de sus
negligencias sentir que me volvía invisible detrás de los clubes, de las
tiendas, junto a la complicidad del concreto. Cierto día debí
convencerme que aun la observación más insensata tiene sus límites y que
cualquier caminata es una lucha contra reloj, pero sobre todo, contra
el odio de perderla para siempre. De cualquier manera, creo que esa
ciudad, cansada de mi propósito, lavó mis pasos hace mucho tiempo y
ahora seduce a otros con la misma novedad de antes, de siempre.
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