Tuesday, December 3, 2013

Noviembre

Al día siguiente, una vez que pasó la tormenta, los pájaros no comprendían (o parecían no comprender) absolutamente nada. Ignoraban acaso la causa de ese gran delirio, la fuente de ese deseo inevitable de aletear con furia hasta entenderse con el caos. No entendían por qué la tierra y sus segundos eran tan severamente inconsistentes con todo, excepto con la agonía gris que se estacionó en las ramas quietas. No aprendieron -o no quisieron aprender- que la tarde no sólo es congénita del tiempo, sino asimismo antípoda de una sombra que duerme lejos, más allá del poder de una curvatura afiliada a la distancia.
 

Al final, aturdida e inexpicable, justo antes de replegar su ejército de alas, la bandada prefirió conjurar vuelos memorables y, así, blindar con golpeteos el aire cada vez más frío, cada vez más pesado, con olor a invierno. En desdichada espiral, pudieron imitar la combustión compleja que se disfraza con palidez de las nubes vespertinas. Sus alas fueron relojes de negras manecillas percutiendo los números y el diálogo entre leyes mudas que nadie comprende.
 

Su gran tragedia (o fortuna) fue que no supieron cómo las palabras, una vez extenuadas de tanto articularse a deshoras, se hicieron mitos para que, después, esos mismos mitos se parecieran a las palabras, pero lejanas al fracaso que late como significado perdido. Yo, protegido en la calidez, desde mi ventana, sólo pude echar a andar mis propias contradicciones, quizás más parecidas a la indiferencia, y que se mezclaron con un olor a libro viejo, en cuyas páginas maltratadas se relataba -sin imágenes- la súbita intrusión de un montón de pájaros que manchaba el cielo una tarde cualquiera de noviembre.

Saturday, October 19, 2013

Corn

Dijo don Miguel Ángel. "La tierra cae soñando de las estrellas, pero despierta en las que fueron montañas...". Lo malo es que aquí no hubo montañas donde caer, ni modo de escaparse del sueño que abraza las planicies envejecidas por tantos vientos grises bajando desde el norte. Si se cae la claridad aquí, pues no es culpa de nadie; pero el invierno llegará a exigir un recuento de hojas e insectos y para entonces, la sombra ya nos habrá hecho un andamio de excusas para responder lo que sea.

Octubre



Hasta donde se lo permitió la certeza, habitó algo así como un recuerdo y que, a la vez, era casi una alegría. Y en ese espacio, todas las tardes, entre la veracidad de una luna ausente y un hilo infinito de callejuelas, le dio por regresar a las seis para encontrar detrás de su puerta los dominios de una alfombra durmiendo profunda y sola, sin religión, sin aire. Sucede –pensó-, que ya no es suficiente pensar, que no basta con caminar por una acera tapizada de sílabas y ayeres para llegar a una ventana, mientras que un mundo se pierde lentamente, pedazo a pedazo, hasta que se le acaben los fantasmas simples de la lluvia.

Hubo momentos en los que no recordó ni su existencia, cuyo abrazo siempre olía a la asfixia que provoca el viento que suele arder irremediablemente al oeste. Después fue peor; olvidó la hora, sus minutos y sólo supo que quedaron frente a sus ojos –danzantes y serenos- los sauces rumbo al lago compartiendo su sangre silenciosa y sus manos sin odio. Más tarde afirmó. –Curioso, juraría haber estado aquí antes, en otro tiempo, como cuando mis ojos se encaminan a pisar la hojarasca de octubre, aunque no sea octubre ni los pájaros callen-. Finalmente, quedó al filo de sus propias conclusiones y una llamada telefónica le trajo algo más que los versos de un sábado sin estrellas. Le dio, en cambio, una casa, sus rumores matutinos de café con voces radiofónicas y una razón para desconocer las cosas. Todo para nunca abandonar la perplejidad ante todo lo que atrapan los párpados muchísimos años antes de morir.

Friday, June 28, 2013

La muerte y el humo



Lo que no se suele decir sobre la muerte es que a diario arranca a toda marcha desde el oeste, usualmente sin los clásicos avisos de la sed a la orilla del camino. De modo vertiginoso, arranca de su sitio todo lo que encuentra: desiertos, armarios, cerros y caminatas… aguas dormidas, trozos de cielo que le quedan a la luz y, justo antes del sueño y de que millones de ojos intenten arrinconar toda la angustia detrás de las sombras, esta muerte, angustiada y silenciosa, le da un golpe letal y un tanto irritante a esos sonidos que ya no encuentran el mar ni en sueños. Personalmente, creo que a uno no le queda otra salida que vencer el temblor, sacar las manos y rodear las cosas de relatos para que no mueran con el día, para que no vean ni sientan el fracaso de la sangre en cada parpadeo del polvo -de por sí ya cansado-. Aquello que nació con las horas espera, espera hasta que una larga mueca de los huesos se duerme en el extremo donde se tropieza el ocaso. La tarde es así, como el sacrificio. Es así porque es el último palmo de un deseo prolongado por un crimen imperfecto que no tiene origen y que, como el humo, no se apaga, sino que se convierte tan sólo en una ceguera del habla o, bien, en el sentido escondido de lo que uno quiere que permanezca perdido. Uno inventa sus propias puertas para cerrarlas con la rara esperanza de que aparezca un par de golpecillos al día siguiente y así creer que en este juego de nombrar la propia muerte hay un propósito constante.

Tuesday, May 28, 2013

Taraxacum




Hace una semana las vi, por encima de su rutina asfixiada de polen, como si estuvieran riendo de saber que morirían recién nacidas. Se les metió esa loca idea de salir por los senderos. Su desfile era parte de ese gesto desafiante de no creer ni en el verano ni en los desenfrenados vientos que le arrancan el sol al Midwest por la tarde. Vivieron, se quedaron por un breve lapso y, finalmente, quién sabe que les pasó. Posiblemente, se repartieron una llovizna como si fueran un hotel de calamidades y rezaron su rosario de secuestros, uno por uno. Ahora, ya no les quedan ni los amaneceres. Solamente se dedicaron a apretar las semillas hasta que fue imposible y, como en cada ciclo, explotaron como el llanto cuando llega el cansancio. Así, echaron un rumor sobre la luna llena; nomás por el puro placer de mirarse al espejo de frente y perfil.

Sunday, January 6, 2013

La Ciudad

Me gustaba merodear esa ciudad bajo pretextos más puntuales que insuficientes, especialmente cuando ya no me bastaba la penumbra del dormitorio para disuadir a los problemas habituales que acechan la soledad cotidiana de un cuaderno. Me gustaba salir y verla así, hundida en esas suavidades de piano que se enredan entre columnas y ventanas; profeirle preguntas angulares con los ojos y después cerrarlos para capturar la experiencia bajo los párpados. Me agradaba ser testigo de sus dramas vespertinos, sus llantos en forma de lluvia y, en ocasiones, de sus ceremonias lineales que parecían no terminar nunca. A veces, se me ocurría caminar, reducido entre sombras de humo, y no parar hasta verla de espaldas, y en una de sus negligencias sentir que me volvía invisible detrás de los clubes, de las tiendas, junto a la complicidad del concreto. Cierto día debí convencerme que aun la observación más insensata tiene sus límites y que cualquier caminata es una lucha contra reloj, pero sobre todo, contra el odio de perderla para siempre. De cualquier manera, creo que esa ciudad, cansada de mi propósito, lavó mis pasos hace mucho tiempo y ahora seduce a otros con la misma novedad de antes, de siempre.