Saturday, October 19, 2013

Octubre



Hasta donde se lo permitió la certeza, habitó algo así como un recuerdo y que, a la vez, era casi una alegría. Y en ese espacio, todas las tardes, entre la veracidad de una luna ausente y un hilo infinito de callejuelas, le dio por regresar a las seis para encontrar detrás de su puerta los dominios de una alfombra durmiendo profunda y sola, sin religión, sin aire. Sucede –pensó-, que ya no es suficiente pensar, que no basta con caminar por una acera tapizada de sílabas y ayeres para llegar a una ventana, mientras que un mundo se pierde lentamente, pedazo a pedazo, hasta que se le acaben los fantasmas simples de la lluvia.

Hubo momentos en los que no recordó ni su existencia, cuyo abrazo siempre olía a la asfixia que provoca el viento que suele arder irremediablemente al oeste. Después fue peor; olvidó la hora, sus minutos y sólo supo que quedaron frente a sus ojos –danzantes y serenos- los sauces rumbo al lago compartiendo su sangre silenciosa y sus manos sin odio. Más tarde afirmó. –Curioso, juraría haber estado aquí antes, en otro tiempo, como cuando mis ojos se encaminan a pisar la hojarasca de octubre, aunque no sea octubre ni los pájaros callen-. Finalmente, quedó al filo de sus propias conclusiones y una llamada telefónica le trajo algo más que los versos de un sábado sin estrellas. Le dio, en cambio, una casa, sus rumores matutinos de café con voces radiofónicas y una razón para desconocer las cosas. Todo para nunca abandonar la perplejidad ante todo lo que atrapan los párpados muchísimos años antes de morir.

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