Friday, April 1, 2016

Ocaso




La última luz, aquella siempre exagerada y en constante desacuerdo con la tarde, con el alfabeto; la que copia todos los contornos antes de meterse en la sombra. Esa luz de operaciones, la que puedo ver aún con los ojos cerrados, promete tantas cosas que no alcanzan a contarse con tan pocos minutos. Para eso no hay mejor remedio que el olvido inmediato.
El cielo de hoy admite toda clase de sueños, cualquier tipo de forma. En su modestia rectangular cabe toda la trama de los elementos y, sin embargo, no alcanza a ser más que un resumen severo de su propia ausencia... ¿Cuándo? Pues, siempre que se trasladan los colores al ámbito del recuerdo, cuando lo hay. Sí, la memoria, un simple juguete, anónimo e invertebrado, que desaloja los jueves de toda esperanza, a gritos de viento y aleteos de pájaros en huida. En este hemisferio no pasa nada. Las horas ruedan como sustantivos sin propósito, sin lenguaje. Bajo la luz, en una tarde cualquiera, uno piensa en mil cosas, en manos que se comen la distancia, en la ligereza de una palabra jamás dicha, nunca articulada; uno medita hasta sobre esos monumentos que edifica el aire, transparente y silencioso. Uno habla con las calles grises porque ya no quedan más exclamaciones que decirle a los relojes, porque se le acaba la tristeza a las nubes, que de pura nostalgia se retuercen y se quedan onduladas viendo pasar el suelo.