Friday, November 6, 2009

Hambre


Quiso correr por ese plantío donde las huellas del odio y la cafeína convergen en la eterna disputa por el horizonte. Miró la maldita urbe tragarse los perros callejeros en el instante previo de su propia muerte cargada de monotonía y caucho rechinante. Respiró la incandescencia de todos sus monstruos, con sus suspiros roncos de seis cilindros, aguardando por la timidez del reloj en plena celebración de su mecánica inútil. Miró su ropa y constató cómo se le cayó el nombre con todo y alma, como divulgaciones de un mundo criminal sin treguas ni descuentos por la venganza. Se vio arrastrando sus ojos como arenas desérticas sobre las aceras sin dominio, bajo la habitual parálisis del sol humeante. Se creyó cansado, mas se pensó ileso del océano de gargantas dialogando con teléfonos móviles. Eran ya las cinco y sus manos de escoba estaban más vacías que ese martirio taladrándole las entrañas. Nada ahí… nada acá tampoco… su sangre alcalina perdía la batalla de los golpes ardientes que el cuello atrapa, pero que nadie escucha en el tráfico de la nada. Sus pies de tierra hicieron de la tarde un indestructible acecho con el ritmo de los barrios violentos y la paciencia de las dunas sonrientes por otro muerto más bajo las mismas estocadas invisibles que da la negación. Llegó la noche y él se intuía preso aún de sus andanzas, de su cuerpo flaco, de sus pensamientos ciegos, pero sobre todo, de sus nítidos miedos, de ésos que se acuestan en la calle sin descansar de su hambre, a ratos dormida, pero nunca muerta.