Friday, July 31, 2009

Final


Murió a las puertas de una frase, quizás de un refrán repetido hasta el hartazgo. Murió sin la agonía de los que entablan conversaciones furtivas con una voz más allá de la tarde y los altares. Murió sin la condena de las sábanas rompiendo la voluntad y el tiempo en pedacitos. Decidió que moriría con una rapidez incomparable a la tortura de nacer, con una velocidad impensable para los que esperan. Llegó con sumo sigilo. Temblaron sus piernas al posarlo sobre la banca de aquel parque desierto como lápida. Tembló su mano bajo el sol inclinado al buscar en el interior de la bolsa de papel, pero en cambio, ya no le temblaba el pensamiento que se negaba a recrear la luz y la vulgaridad de una tarde desprendiéndose de sus contornos azulados. El acero pavonado se desnudó y brilló con la pureza de un piano portátil, pero sin notas que esparcir por un aire inmóvil y cómplice, un aire expectante. La Smith & Wesson se volvió un objeto hermoso, pero al mismo tiempo más pesado con la idea a cuestas de lo que continuaría. En un segundo parecía escurrírsele la gracia del metal de entre los cabellos hacia el lado derecho de su cara más muerta que viva. Palideció su carne y la sangre lo llenó de percusiones pesadas y violentas. En eso, la síncopa de un murmullo cercano pareció manipular el dedo índice para seguir su camino hacia la nada.
Los segundos se estiraron como mapas sobre los cerros. No quiso ver la hora, ya no pudo recordar sus motivos, pero sobre todo, no pudo coincidir con el mito que compacta la vida en un instante antes del suceso final. Mentiras, la muerte es una dicha de apagar interruptores irreversibles. La muerte es que todo se vaya a la chingada, es un tronido que acaba en silencio. Con un movimiento torpe de labios intentó articular algo llamado “noche”, pero ni eso alcanzaron sus oídos a percibir. Se accionó la trampa personal. Tan sólo le llegó la carga frontal del estruendo y se le perdió el eco de su propio epílogo, un sonido que desde afuera hubiera resoplado como la secuela de una nube en plena furia descargando luces… No fue como en películas, no sucedió como en la tele. A éste, se lo llevó la chingada sin créditos finales ni músicas melosas. Al final, sólo la luna llegó a recoger los pedazos de un simple derrotero que se acabó de golpe y por la gracia de un “ya basta”. Entonces llegó la noche, democrática e impasible, y lo lavó a golpe de lluvia, tal y como se lavan todas las historias para que Dios duerma su siesta sonriente y en paz.

2 comments:

Anonymous said...

A esto lo llamaría yo un relato brutal.

Nevermore said...

Gracias, creo que intenté hacerlo fuerte sin caer en el melodrama.