Monday, July 6, 2009

Acción en el pretérito


Hoy colgué frente a la tarde los fuegos que tenía guardados para otro día, para otro instante de himnos y letanías redondas como planetas. Reventé los colores con la simpleza de un rumor encerrado bajo miles, millones de candados soplando la muerte de un tiempo verbal, uno de tantos que desafían la aspereza de la soledad, y que sueñan con el asomo intrínseco de una mañana disfrazada de noche ondeando cobertores húmedos.

Recorrí las infames sustancias del vacío para redimir la aguda espera de una ausencia aferrada a acantilados lejanos e irreconocibles. Miré los muros de la distancia y me cegó la verdad de los kilómetros, me condenó la mentira de los océanos tiritando mareas de un rumor sanguíneo, como si en el vaivén de las horas buscara aquello que no se encuentra ni en sueños, como si en los sueños oscilaran las horas de lo que encuentro sin buscar. A veces es tan tarde para la muerte, a veces tan pronto para la ceniza, a ratos ni siquiera es tiempo infinitamente, con la sed exhausta de tus hombros pálidos exigiendo soles, jardines y sombras que vagan por horizontes líquidos.


Arrasé cuarteles silenciosos, indefensos, de esos que yacen calcinados por la impertinencia de mis raras ideas cortadas y oscuras como callejones a medianoche pariendo borrachos y gatos. En la pausa de un siglo intenté confiscar tumultos digitales, dar muerte a una masa binaria para averiguar que mi muerte no dura tanto, que es tan sólo un sueño de horas, pero al mismo tiempo una agonía eterna de saberme aquí, en medio de la remota caída de las palabras, en la oscuridad de la frase que se disgrega en soledades infernales.


Extrañé la hazaña de internarme en el crepúsculo de tus piernas y morderte los brazos que se ensañan como hogueras por la eficacia de mi afición de hambre y rabia. Recorrí el desierto y me creí oculto de los cielos grises, de las nubes en reposo inmenso tras la confesión frenética de la lluvia imitando tus ruidos íntimos, tus fantasmas de voces atropelladas y suavecitas, pidiéndome la derrota del olvido y la furia de mis embestidas con una cadencia cómplice y definitiva. Deseé tu febril naufragio en una inmensidad de sábanas como en páginas vacías presenciando la súbita transpiración de tus manos apretando tus ansiedades, tus gemidos sin rumbo en busca de mi piel visitante que se despide con temblores de asfalto manchado por agua y arena, por los dedos del viento manejando las espumas elevadas de otra noche que se acerca a punta de estruendos y luces sin alas, pero infalibles, dispuestas a cercenar la tiniebla.


¡Qué engañosa es esta negrura incesante! ¡Qué distantes son los mares y qué lejano el sueño de las olas navegando como tribus por un espacio de amargas antigüedades! No es ésta la primera noche, no es la luna inaugural del desvarío, pero se enciende el cielo como si naciera la mitad de mi vida, como si sanara parte de tu piel en mis manos plagadas de puños y escrituras… sí, mis manos que apagan fósforos para no denunciar veladoras rodeándote en el conjuro nocturno que nos esconde de la brevedad y el silencio. Fui a enfrentar enemigos dispersos por campos solemnemente trazados a lo largo del mundo. Me marché sin saludar extranjeros mudos que no saben de la carne ni del opulento instante abrazando todos los miedos en forma de cintura suave y cálida. Salí a descifrar las señales de una noche imparable que habla con voz de trenes rompiendo tempestades. Sin buscar, encontré respuestas sincopadas contando la historia de un destino opuesto, pero a la vez idéntico a la persuasiva calma de mis tardes a solas pensando en la noche que viene… y tú… ¿adónde fuiste?

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