Wednesday, July 29, 2009

Crimen


Al verla así, tan blanca y sedentaria como en sueños, pensé en matarla... Pensé en ahorrarle los llantos de una tarde cualquiera, separada del calor y del mar, con una pena más allá de sus manos de calendario, blandas y solemnes. Sus suaves hombros me pidieron a gritos interminables que los guardara en el pleno instante de un golpe monumental, o quizás de un aniquilamiento definitivo y protector, para no pensar en el mañana ni en calles que alguna noche no tendrán letreros ni perros deambulando en busca de retornos insatisfechos… Sus ojos reclamaron ansiosamente el destierro de los oscuros relojes plagados de mañanas sabatinas sin despertares, de sombras indeseables al pie de los párpados cansados de tanta reverencia al mundo… ¡Diablos! No pensé en otra cosa que robarle los latidos con la generosidad de un crimen absoluto y silencioso, y con ello, dejar de pensar en cosméticos, revistas de moda, almacenes donde no se compran sueños, o alguna dramática cirugía reconstructiva en contra de la insensatez de un futuro hambriento de piel presente.


Quise tenerla así, intocable y precisa como jardín privado sin horizontes, como flores en plena orfandad insospechada latiendo sin la espera por los meses malditos, de ésos que anuncian las magias infecundas de un trecho nocturno a la mitad del verano lejano. Pensé (lo juro) en apartarla de las adivinanzas, de julio, de los chismes comunes, las caminatas y los abecedarios… arrancarla de la historia y posar su nuca sobre el aleteo cósmico de un solo momento congelado, ajeno, ingenuamente intrépido. Soñé un instante con regalarle el olvido por todo: espejos, combustibles, básculas, recibos, correos abyectos y los deliciosos errores geométricos de su cintura incontrolable. Quise poseerla como lectura sin comas, como el descanso mudo de una sinalefa, detenerla como una sílaba en constante repetición, como un hojear de los días y sus nubes solas, a pesar de los odios y las asfixias que el mundo cree ilícitas… quise guardarla en un puñado de soles hechos uno para que no tropezara con los tantos objetos cotidianos de la tristeza y sus monstruos sonámbulos que incendian los olores íntimos de lo perenne en habitaciones vulgares.


Intenté protegerla de los días, de las lunas, del descuido y de los crepúsculos que, como vampiros, muerden su carne agnóstica hasta la saciedad deshecha en temblores diestros y terrenales. Pude hacerlo… supe que podía hacerlo, y aunque no reía, de alguna manera logré guardarle la sonrisa inmortal y serena en la urna de mis manos rígidas como versos antiguos. En fin, quise resguardarla de todo sin esperar nada, pero a la mitad de mi tarea, se arrepintió de la inmortalidad y velozmente corrió como quien quiere vivir en la congoja de esperar la vejez, día a día… Se fue, se fue a vivir y a morir bajo la tiranía del tiempo hecho de días y semanas que en este momento seguramente le mutilan la respiración sin misericordia, de lunes a domingo.

1 comment:

Nevermore said...

¿Podemos creer en la muerte que perpetúa lo esencial? ¿Es posible encontrar perfección aun en el asesinato? Matar es cortar, pero también dejar intacto el objeto en el momento del fin.