Friday, July 14, 2017

El lago



Vine de un lugar distante (diría impecable), donde el desierto es carne roja, o algo así como una muerte repetida, sólida y a ras de suelo. Vine de una tierra hecha de lumbre, de piedras sin agua, que se salva a través de la insistencia y de ventanas invisibles. Dejé atrás (quizás) veinte esperas y trece esquinas que doblan el paisaje en partes, ya de noche, cuando los grillos sanan con lentitud los ruidos que nadie quiere sofocar.

Dejando de lado las causas, (más aún) sus recintos y plazas indiferentes, casi todas circundadas por autos frotando un asfalto vigilante, decidí salir, decidí hacer de mi presencia una huelga contra la arena y (creo que así fue) me metí en la tarde de otras horas, tal vez húmedas y extendidas, pero de explicaciones sordas y sangres desconocidas, posiblemente con el fin de reparar ocurrencias no anticipadas.

-Tal vez- Uno hubiera dejado pasar todo, por lo menos el tiempo, el viento, las sombras, las palabras, pues… Esas conjuradas bajo cualquier mediodía. Quizás (mejor) uno hubiera empujado la lluvia hacia la pobreza del solsticio, lejos del verano, para que, dado el momento, el sol pueda secar las manchas íntimas de todo lo que flota en un pensamiento asombrado de tanta ausencia.
Uno hubiera querido borrar ese instante, cuando el alma encoge los hombros mirando al norte, cuando el olvido es sensato y al recuerdo le cuesta trabajo ser displicente como esos libros que habitan, pero no respiran sus tristezas en verso.

Y heme aquí… Yo, que no sé de pescas ni de espumas, mucho menos de navegaciones… Paso ratos mirando el cielo y un aire sin cerros, buscando las ranuras de una memoria que nunca guardó lagos ni orillas y que, ahora, ve los barcos multiplicarse y mecerse bajo un cielo más viejo que la luna. He aquí mis ojos, los que me traje, remolcando el pasado y creyéndome el sobreviviente de los olores de un desierto rehén y (al mismo tiempo) ahogado en habitaciones que juegan a ser la impaciencia de un tren tardío. 

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