Thursday, April 3, 2025

De fantasmas inalcanzables


Finalmente, me di cuenta. Quedó algo inconcluso en aquellas aceras. Un suceso, un recuerdo posible-¿quién sabe?-; solo sé que ese espacio cerró sus armaduras y dejó de palpitar, como cuando los barrios callan bajo el sueño, sin partidos de fútbol, sin patadas ni carreras antes del descanso con los refrescos y las risas.

Fue la pereza, tal vez. Un viento septembrino que se escondió solito, unos pasos leves que se trenzaron con la sombra de un ciprés acariciado por la indiferencia. Bajo esa tarde, apenas me di cuenta, pero revoloteó una palabra (no sé cuál). Como si cada sonido supiera, o por lo menos sospechara cómo se nos comprimía la sonrisa que se vuelve indeseable en cualquier otro momento, sin la necesidad de pensar en la esperanza. Sin el reparto debido de culpas por un silencio prolongado.

Sí, la vi, y la dejé pasar para dejarsela al agua, a la salvacion de sus fantasmas que, sin saberlo, habían caminado junto a los míos. Sin arrogancias, pero cuesta abajo en un rato de sal que se parece a los lutos, decidí reposar la respiración de un sueño sin orillas, a veces muy fatigado por ruidos de pájaros y transportes colectivos en el regreso.

Tal vez, el mal es un secreto que nadie oye, que no busca la vida, pero que ataca de madrugada con canciones en un arranque de perfumes y miedo a la sangre. Y después, se vuelve conmovedora la circunstancia que vuelve desde ese ayer metido adentro de las piedras. Se hace pesada, a ratos lenta y se cae sobre la tierra mojada, para contar historias, tal como los cuadernos.

Y, mientras tanto, arriba hay un cielo de color invencible y cuyas ruedas recuerdan al agua que se despierta indefensa imitando al suelo. Después, ese nombre condecorado voló sobre puertas que no se abren, que no se acuerdan del infortunio de cada boca, ni de cuando eran cobijas en forma de invitaciones a la alegría. Hay, pues, un cielo sin intenciones, extraviado entre estatuas de lo que fue. Olores tardíos de la vida común.