A
esa hora pensé que el mundo ya no tenía más misterios; creí que los
accidentes de un tiempo terrenal ya saboreaban los olores de una
oscuridad agachada y sin rasguños. Definitivamente no... la misma sangre
que cierra las esquinas como soluciones, apuró el desvanecimiento de
todos los detalles que creía memorizados. Me di cuenta (entonces) que el
ocaso no es más que una burla acerca de todo, una travesura de
cristales previa al anochecer, y por eso nadie se queja de cómo caen sus
colores mientras sube el odio por la noche en marcha.
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