Saturday, March 31, 2012


Me es difícil precisar fronteras, pero a esta hora la luz parece el eco de una diezmada minoría que al huir despavorida imita las despedidas de un tiempo desarticulado por el caos de cientos de ojos cerrados. Mientras tanto, se cierran una a una las puertas (casi rotas) que se entregan a ese intercambio desigual entre la sombra y la prisa en pleno horror vespertino. Este –no sé cómo llamarlo- raro culto de plasmar fragmentos de cielo es la muerte de un símbolo sordo que se desintegra en historias secretas, posiblemente falsas; es quizá un sueño que se siembra a ras de nubes como un engaño, o mejor dicho, como una melodía de  invenciones condenadas a borrar palabras de un cuaderno durmiendo bajo la mirada implacable de la lluvia. Con un ansia agotada el horizonte se torna ondulante y renuncia al humo, a la música y a la anticipación de sus propias madrugadas... Tal y como si se tratase de un mundo anónimo, en un minuto se perdió el orden, el propósito y se fue a dormir la advertencia que dan las ciudades a punto de abandonar el ruido y la conversación.  Al final, esta ciudad no sabe a qué hora llega la lluvia, pero no ignora que a marzo se le ha ido la luna, y por eso es hora de encender un relato nuevo.

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