Thursday, December 20, 2012

De pronto, dijo que todo era intolerable, que no le importaba más aquella manera malvada e infantil (lenta la mayoría de las veces) de sentarse a esperar. Dijo que el tiempo nunca juega limpio y que cuando arrecia la lluvia las gotas le picotean los pensamientos como preguntas inconclusas. Tal vez se hartó de esa humedad a la que no le basta quedarse en los cabellos y los hombros; quizás ese periódico no fue un refugio eficiente para seguir aguardando un poco más. Realmente la furia se notaba porque, en primer lugar, la tarde se había desparramado y ni la niebla pudo salvar la luz de todos los silencios ni del recio apretón de no escuchar. Miró hacia allá y hacia el otro lado; quiso sacar un cigarrillo, pero recordó que ya no fumaba más. Solamente se acordó de la ausencia y de ese trozo de infamia al final de cada día. Finalmente comprendió la forma de un odio en repetición y dijo que no hay cosa peor que las discusiones anónimas, sin más testigos que hojas muertas; dijo que los llantos, los chismes y los dedos para contar las horas habían llegado hasta el límite, y que, como el agua, toda súplica se resbalaría hacia la nada a dormir con el otoño.

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