Thursday, December 20, 2012

Me acordé que en tardes como ésta, a la luz de las cinco –usualmente invadida de ese compromiso con la memoria- le sobran paredes por donde trepar sus añoranzas por un solsticio que no tarda en caer, y por esa razón no pude objetar la razón oblicua de su estancia. Creo que comenzó la tarde como todas y el horizonte repitió su indiscutible propósito de enterrarse como súplica bajo el peso del cielo para no sangrar más sombras. Esta vez ya no hubo cerros para encerrar el polvo y al amparo de ruidos ausentes se fueron a descansar todas las respiraciones, lentamente, caminando y encogiéndose de hombros. Mi ventana se quedó sola, sola y alumbrada como charco. Yo mientras tanto, vi el día morirse como milagro y arrimé una silla que con imprecisa solidaridad me acompaño en esa conversación con el insomnio de las horas postreras.

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